Hace días fui a comer una sabrosa pizza, para acompañarla, compré también unas papas a la francesa.

Mientras comía, me di cuenta que en realidad no me apetecían las papas. Entonces, vi a un niño pequeño con ropa curtida, que entró al local a vender rosas rojas. Decidí brindarle las papas al niño. Él se emocionó y las devoró una a una con muchas ansias. Verlo me causó felicidad.
Después de un rato, vinieron cuatro niños, cada uno en momentos diferentes, a pedirme comida.
Ya yo no tenía qué dar.
No me quitaron el gusto de haber brindado, y si hubiese tenido más probablemente hubiese dado.
Pero, es más sabroso dar a aquel que no pide, es más sabroso disfrutar de la sorpresa, la alegría que nace cuando se hace un regalo.

0 comentarios:

Publicar un comentario